Por Froilán Meza Rivera

Hace cosa de un año, se conoció el caso de Adam, un adolescente venezolano que mostró
su perplejidad en las redes sociales porque no lograba entender cómo fue que la candidata
demócrata Hillary Clinton había conseguido un mayor número de votos que su rival
republicano, Donald Trump, y al mismo tiempo había perdido la presidencia de los Estados
Unidos contra su rival, quien resultó declarado como el ganador. Más de dos meses después
de las elecciones, y ya con Donald Trump en la Casa Blanca, se conocieron con exactitud
los datos finales, que colocaron a Clinton más de 2.8 millones de votos arriba que el nuevo
presidente: 65 millones 844 mil 954 para Clinton, frente a 62 millones 979 mil 879 para
Trump.
Entonces, la duda del muchacho venezolano era justificada: ¿cómo es posible que la esposa
del ex presidente Clinton no sea presidenta, a pesar de que logró casi más de 3 millones de
votos que el finalmente ganador? ¿Y esto, en el régimen democrático que se nos ha querido
vender como el “modelo” para el resto del mundo?
La explicación radica en que los votos de los electores no se adjudican a los candidatos,
como en las llamadas democracias directas, porque en los Estados Unidos los ciudadanos
con su voto, en realidad, lo que eligen es una cosa llamada Colegio Electoral, un organismo
que se forma con 538 electores de todos los estados y de la capital Washington D.C. ¡Son
esos 538 electores los que escogen quién será el presidente del país!
Tal es la democracia que los gobernantes estadounidenses presumen por todo el mundo, y
en nombre de esa democracia es como los grandes magnates dueños de las enormes
empresas transnacionales, y es así que, en nombre de esa democracia, los poderosos dueños
de las fábricas de armamento y las élites creadoras de guerras y de invasiones armadas, es
decir, quienes en la práctica escogen y nombran a los presidentes de ese país, se creen con
el derecho de intervenir militar y políticamente en todo el mundo “en defensa” de “sus”
intereses. Fue con ese pretexto como metieron tropas en Siria, y con el mismo argumento
“democrático” como han invadido y siguen invadiendo, entre otras muchas decenas de
países a lo largo de su historia, a Afganistán, a Irak, donde pusieron títeres a cargo de sus
negocios. En nombre de esa democracia sui géneris, también, tienen puestos sus cañones y
sus armas nucleares y misiles intercontinentales sobre la cabeza de los norcoreanos para
amenazar a la mitad de la península de Corea que no está en su poder todavía.
En nombre de esa “libertad” y de esa “democracia” mantienen hoy en día cercada a
Venezuela, tanto por la vía diplomática, que ya les falló a los gringos, como por el otro
método de financiar generosamente a la derecha venezolana más rabiosa para que ésta
mantenga una campaña de manifestaciones en contra del régimen. ¿Hay que mencionar que
son ellos, a través de sus testaferros los burgueses locales, los que acaparan las mercancías
de primera necesidad y crean una inhumana y asesina escasez artificial para poner a las
masas afectadas en contra del gobierno popular? ¿Y qué decir del uso también masivo y
casi monopólico de los medios de información de Venezuela y de todo el mundo, para que

repitan como pericos las consignas dictadas por los imperialistas, basadas todas en que
existe en ese país una “dictadura” que oprime al pueblo y que debe ser derrocada incluso
por la vía armada, porque “todo se vale” en la “defensa de la democracia”? Curiosa
dictadura, la de Venezuela, de la que habló el escritor uruguayo Eduardo Galeano, autor de
“Las venas abiertas de América Latina” y fallecido en 2015. Galeano se pronunció en 2011,
en referencia a las acusaciones de “dictador” proferidas en los medios informativos pro-
yanquis hacia el fundador de la República Bolivariana de Venezuela. Así lo declaró: “Hugo
Chávez es un dictador, sin embargo, es un curioso dictador. Ganó ocho elecciones en cinco
años. Y ahora, recientemente, se sometió a un referéndum en el que preguntaba a los
venezolanos si querían el modelo de Estado que él proponía. Es el único presidente de la
historia de la humanidad en hacerlo. Y ganó con el 60 por ciento”.
¿Qué podemos esperar nosotros de la democracia “a la mexicana”, entonces? ¿Cuál es su
modelo? Como se sabe, en México, en teoría, se tiene una democracia directa, en la cual un
candidato puede ganar incluso por un voto de diferencia a su favor. Pero ¿es superior este
tipo de democracia a la de los estadounidenses? En teoría sí, porque es más justa
precisamente por ser directa, es decir, porque la mayoría decide a la hora de elegir entre
varios candidatos a un puesto de elección popular.
Pero, a pesar de toda la propaganda del órgano oficial de elecciones, que –en teoría
también- es árbitro imparcial, autónomo con respecto al gobierno, y encima
“ciudadanizado”, los resultados que el pueblo obtiene de este método son en extremo
pobres y escasos. Hay una serie de ideas que con los años el gobierno ha infundido en la
gente: “Los malos funcionarios son electos por buenos ciudadanos que no ejercen su voto”.
“Si no votas, después no te quejes”. “Tu voto lo decide todo”. “Tú decides, no dejes que
otros lo hagan por ti”. Hay más, muchos más, pero todos estos conceptos, que son ya parte
de la idiosincracia de la gente que vota, fueron difundidos para imbuir al votante la idea de
que cualquier resultado que salga del siguiente proceso electivo, será responsabilidad del
ciudadano, incluso suya será la culpa si no eligió bien, si el gobernante, si el diputado o el
regidor salió malo, o resultó que era un “rata”.
Pero ¿qué tanta responsabilidad tiene el ciudadano? Realmente, muy poca, porque el
sistema electivo está diseñado para que el hombre común, el obrero, el empleado, las amas
de casa, los proletarios, sólo acudan una vez por proceso-campaña y pongan una tachita con
marcador sobre un papelito que va a terminar adentro de una cajita, y punto. Las propuestas
iniciales del hombre o mujer candidata las hacen las respectivas nomenclaturas (los dueños
o detentadores de las siglas de los partidos registrados), y luego, si hace falta –que casi
nunca hace falta- someten a los precandidatos a una elección interna con votación por
asamblea de representantes o –más raramente- por voto directo. Cada grupo dueño de los
partidos presenta a su candidato, y así se forman las listas, que estarán en la boleta el día de
la elección.
Pero ¡pobre democracia la actual! porque al ciudadano sólo se le permite escoger a uno de
los que ya fueron “palomeados”, aprobados con la bendición de los dueños del pueblo, por
los grandes capitalistas. “De tin marín, de do pingüé”, y párele usted de contar, eso es
tooodo lo que hace el ciudadano. A ese mero acto “democrático”, raquítico acto, queda
reducida la participación ciudadana, ahí quedan depositadas todas sus esperanzas de
progreso, de mejoría de sus condiciones materiales y sus aspiraciones educativas, su
necesidad de servicios públicos, de justicia legal, de empleo, de salud… todo queda a partir

de ahí, como ha quedado desde que el país es país, en manos de los gobernantes en turno, a
merced de su santa y soberana voluntad.
¡Ah, pero que al ciudadano humilde no se le ocurra pedir, ni exigir, que se le atienda en la
solución de cualquiera de sus necesidades! ¡Que no se le ocurra, mucho menos, organizarse
para elevar sus peticiones de una manera más ordenada y con la fuerza del número, porque
entonces él y sus compañeros serán tachados de “alborotadores”, de “chantajistas”; para
acusarlos se dirá que “las organizaciones sociales crean una necesidad y pretenden que el
Estado la resuelva”. Se dirá que los líderes inventan las demandas y que negocian con ellas
para “sacar provecho personal” por sobre los demás peticionarios, a quienes “manipulan” y
“manejan a su antojo”. Esas lindezas y más: el gobernante arbitrario, quien toma cualquier
tipo de iniciativa que venga de las masas, de los pobres, como una afrenta en contra de su
persona y de “su” administración, no parará en mientes para pagar campañas de
desprestigio en los medios en contra de estos ciudadanos. Ciudadanos que –tómese nota,
porque esto viene a cuento con nuestro tema de la democracia-, ciudadanos, digo y
sostengo que, en la práctica, no se conformaron con sólo depositar su voto en la urna, sino
que decidieron ejercer la democracia de un modo más amplio, por la vía de participar
activamente en la solución de los problemas sociales mediante la gestión social.
¿La enseñanza? El pueblo no se debe conformar con la democracia limitada y castrada que
se nos pretende imponer. Los trabajadores, que son los creadores de toda la riqueza,
deberán comprender que su deber actual consiste en organizarse para liberarse de la miseria
en que lo tiene sumido el actual estado de cosas en México, para cambiar el modelo
económico que es la fuente de toda la desigualdad y de toda pobreza. Debe el pueblo
asumir su tarea histórica de tomar en sus manos, de manera organizada y consciente, el
poder político e iniciar con la aplicación de las medidas necesarias para que la riqueza
social sirva para elevar el nivel económico, educativo, el nivel social de las grandes masas
empobrecidas de México.