No tenía sobre qué escribir; digo, las notas abundan: tiroteos, masacres, decenas de ejecuciones diarias, un abuso tras otro de los órganos legislativos pertenecientes a MORENA, el desmantelamiento de las estructuras útiles para acotar y limitar al poder público, la traición del imbécil de Pérez Dayán, etc., nada nuevo, pues, desde que Claudia Sheinbaum ocupa la presidencia de la República. A no dudarlo, la autollamada presidenta es una mala copia, una réplica barata, del otro imbécil, López Obrador.
En esas estaba, dubitativo, cabizbajo, un poco con el apremio de con qué llenar estas líneas sin castigarlo a usted, querida lectora, gentil lector, con un texto desangelado en exceso; incluso pensé en contar, así por encimita, mis impresiones sobre el libro Izquierda caníbal y derecha vándala[1] que, huelga decirlo, me sedujo por ese título tan atinado, tan pertinente, para explicar en poquísimas palabras qué ocurre con las izquierda y derechas del mundo y a donde nos llevan los extremismos ideológicos. Escribe Alain Deneault, el autor:
“No se trata de poner espalda contra espalda a los progresistas y a los conservadores, sino de analizar la crisis que afecta a ambas facciones. Nada de simetría inversa, mejor un pensamiento comprometido con ámbitos complejos que, más que dar importancia a las costumbres, llevan a una disolución de las mismas. Se complican hoy las condiciones que permiten tener unas costumbres y un mundo común, hábitos compartidos, discusiones estructuradas. Prueba de ello es la multiplicación de las disputas ideológicas, morales y de identidad que, con demasiada frecuencia, instrumentalizan las ideas en lugar de estudiarlas”.[2]
Es verdad, ya no es posible dialogar con nadie sobre algunas diferencias; todo debate que tenga que ver con el género, por ejemplo, debería cancelarse de antemano; no hay modo de discutirlo con seriedad: los progresistas, sin provocación alguna, asumen de inmediato roles extremistas que más que ideólogos parecen místicos medievales poseedores de verdades absolutas y, ya se sabe, los fanáticos nos sirven para absolutamente nada. En lo personal, cuando algún idiota me cuestiona sobre mi tono o inflexión de voz, otro ejemplo, le miento la madre mentalmente (que conste) y como José Alfredo, me doy la media vuelta; no tiene caso gastar saliva con tarados.
En ese punto de angustiosa indefinición me fui al cine, a ver si recibía un golpe de inspiración. ¡Oh, sorpresa! Fue todo un acierto. La película se llama “Atentado en Madrid”. Vaya a verla.
El filme puede definirse como un thriller de acción y suspenso (con una nota de color sentimental), dirigida por Daniel Calparsoro. No voy a sembrar estos párrafos de spoilers que, como bombas, minen su experiencia de ir al cine; sólo le diré lo que está al alcance de cualquier persona que se tome la molestia de buscar en cartelera algo qué ver. La película la protagoniza un actorazo, Luis Tosar (tres veces ganador del Goya), y trata de un taxista quien, luego de ser testigo de un atentado terrorista en el aeropuerto de Madrid, se convierte en rehén del único terrorista superviviente; no obstante, la historia toma un giro singular e inesperado cuando el taxista termina con un chaleco cargado de explosivos, es decir, convertido en una bomba humana que debe caminar por la Gran Vía para evitar que se active el mecanismo que la hará estallar.
Amor paterno, amor filial, ternura a destiempo, comprensión, generosidad, coraje, valentía, sacrificio, desconcierto, entereza, determinación, sensatez, son algunas de las reflexiones que propicia mirar esta cinta. Una historia bien contada, y mejor actuada, que nos sumerge en una trama que hace que la película, que dura poco menos de dos horas, se vaya en un periquete.
Vaya, ándele, pase un buen rato al filo de la butaca, igual y en algún punto se le mojan los ojitos y, como siempre digo, no olvide la cocota y las palomitas.
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Luis Villegas Montes.
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[1] DENEAULT, Alain. Izquierda caníbal y derecha vándala, Altamarea, España, 2024.
[2] Íbid., p.10. Énfasis añadido.