De febrero a noviembre del 2022, alrededor de mil 148 niños y niñas murieron o fueron heridos, mientras que millones tuvieron que huir, separarse de sus familias o exponerse al riesgo de la violencia por la guerra en Ucrania, de acuerdo con un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
El documento explica que con la escalada del conflicto en ciertas áreas, se ha vuelto imposible mantener la seguridad de las infancias y sus familias.
Un informe de la Universidad de Yale, respaldado por el Gobierno estadounidense, denunció que Rusia ha instalado a miles de niños ucranianos en campos donde se les somete a propaganda rusa y a adopción forzosa por familias rusas, y algunos incluso reciben entrenamiento militar.

Según los investigadores del Laboratorio de Investigación Humanitaria de la Escuela de Salud Pública de Yale, la campaña viola los Convenios de Ginebra y podría constituir crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y posiblemente genocidio. Ha afectado a niños de entre cuatro meses y 17 años.
Aunque se ha podido confirmar la participación de al menos 6 mil niños en los campamentos, los investigadores «creen que la cifra es probablemente significativamente mayor», declaró a la prensa Nathaniel Raymond, investigador de Yale que trabajó en el informe.
«El objetivo principal de los campos parece ser la reeducación política», dijo el investigador.
Los esfuerzos rusos de adoptar a niños de Ucrania y criarlos como rusos es uno de los problemas más explosivos de la guerra, de acuerdo con una investigación de la Associated Press.
Miles de niños y niñas han sido encontrados en sótanos de ciudades devastadas por la guerra, como Mariupol, y en orfanatos en los territorios separatistas respaldados por Rusia, como en el Donbás.
Rusia asegura que estos infantes no tienen padres o guardianes que los cuiden, o que no pueden venir por ellos. Pero la AP ha encontrado que funcionarios han deportado a niños ucranianos a Rusia o territorios controlados por la nación sin su consentimiento: les dicen que sus padres no los quieren, son usados como propaganda, son entregados a familias rusas y se les da una ciudadanía.
La investigación explica que ya sea que tengan padres o no, criar a las infancias de la guerra en otro país o cultura puede ser un indicativo de genocidio, un intento de borrar la identidad de una nación entera.
Fiscales han dicho también que esto puede ser ligado directamente al Presidente ruso Vladimir Putin, que ha apoyado explícitamente las adopciones.
La ley rusa prohíbe la adopción de infantes extranjeros, pero en mayo, Putin firmó un decreto para facilitar que Rusia adopte y dé ciudadanías a niños ucranianos sin el cuidado de sus padres, a la vez que dificulta que sus parientes en Ucrania los recuperen.
Rusia también ha preparado un registro de familias rusas «adecuadas» para menores ucranianos, y les paga por cada infante que reciben, hasta mil dólares para aquellos con discapacidad.
El Gobierno también organiza campamentos de verano para huérfanos ucranianos, ofrece clases de «educación patriótica», e incluso tiene una línea de ayuda para emparejar familias con niños del Donbás.
«No sabemos si nuestros niños tienen padres oficiales o algo más, porque son desaparecidos por tropas rusas», explicó Petro Andryushchenko, consejero del Alcalde de Mariupol.
La situación se complica todavía más, porque los llamados huérfanos de Ucrania no son propiamente huérfanos, sino que muchas veces están en instituciones porque sus familias están en situaciones difíciles.
Sin embargo, Rusia retrata estos procesos de adopción como un acto de generosidad que les da un nuevo hogar y recursos médicos. Propaganda estatal muestra a autoridades besándolos, abrazándolos y entregándoles pasaportes rusos.
Es difícil conocer el número exacto de niños y niñas de Ucrania deportados a Rusia, pero autoridades ucranianas estiman que son alrededor de 8 mil. Rusia ha dado un número aproximado, pero sus funcionarios anuncian regularmente la llegada de huérfanos ucranianos en aviones militares.
Esta no es la primera vez que Rusia es acusada de robar niños de Ucrania. En 2014, después de la anexión de la península de Crimea, más de 80 niños de Lugansk fueron detenidos en puntos de control y secuestrados. Ucrania demandó, y la Corte Europea de Derechos Humanos descubrió que éstos fueron llevados a Rusia «sin atención médica ni el papeleo necesario».
Fueron devueltos a Ucrania antes de que se llegara a una decisión final.
Kateryna Rashevska, una defensora de derechos humanos, dijo que conoce de al menos 30 niños ucranianos de Crimea que fueron adoptados por rusos bajo un programa llamado Tren de la Esperanza. Ahora, dijo, algunos de esos niños podrían ser soldados rusos.
Esta vez, al menos 96 infantes han sido regresados a Ucrania desde marzo, tras negociaciones. Pero autoridades han rastreado la identidad de miles que siguen en Rusia, y los nombres de otros simplemente no están publicados.
«No podemos pedirle a la Federación Rusa que regrese a los niños porque no sabemos a quiénes tienen que regresar», dijo Rashevska.
Separados por la guerra
Olga Lopatkina perdió a sus seis hijos adoptivos cuando la guerra estalló, mientras ellos vacacionaban en la ciudad portuaria de Mariupol. Los infantes, siempre aterrados de la oscuridad, se quedaron abandonados en una ciudad sitiada, con nada más que su hermano mayor, Timofey, de 17 años.
Mientras su madre se debatía sobre qué hacer, la adolescencia de Timofey llegó a un final abrupto. De pronto, se había convertido en padre de sus hermanos. Tres tenían enfermedades crónicas o discapacidades y el más joven tenía tan solo 7 años.
Se refugiaron en un sótano mientras el conflicto estalló a su alrededor. Después de un ataque aéreo, movieron sus camas cerca de la pared más gruesa.
Pero ninguna pared pudo mantener la guerra en el exterior.
Todos los días, Timofey despertaba a las 6:00 horas, y cortaba leña para cocinar comida. Lo único que quería era terminar su trabajo para volver a dormir, sólo para hacerlo todo de nuevo.
Le prometió a su madre que cuidaría de sus hermanos, pero cuando la electricidad se fue por completo, perdieron todo contacto.
Un doctor de Mariupol los ayudó a escapar a otro lugar en Ucrania, pero las fuerzas pro-rusas en un punto de control se negaron a aceptar los documentos de los niños, fotocopias de papeles oficiales, que los identificaban a ellos y a sus padres.
Terminaron en un hospital en Donetsk, un área separatista en Ucrania controlada por Rusia. Timofey estaba a unos meses de cumplir 18 años, edad en la que sería obligado a unirse a las fuerzas contra su tierra natal.
Entonces, Timofey pensó que al menos, podría decirle a su madre que él y los niños estaban a salvo. Estaban cerca, además, o al menos eso pensó hasta que logró comunicarse con ella.
«Es muy bueno que estén con vida», respondió. «Pero ya estamos fuera del país».
El adolescente estaba devastado. Sus padres habían huido de Ucrania sin él. Sintió que lo tiraron a la basura, junto con cinco niños que él no pidió tener ni sabía cómo proteger.
«Gracias por dejarme», escribió a sus padres, furioso.
Mientras tanto su madre buscaba desesperada a autoridades ucranianas, al Gobernador local, a servicios sociales, a cualquiera que pudiera evacuar a sus hijos. En llamadas, cuando su hijo de 17 años le decía que cuidaba de sus hermanos menores, se sentía orgullosa y ligeramente tranquilizada.
Luego, en marzo, cuando perdió contacto, pensó que sus hijos serían evacuados a Zaporiyia, así que fue ahí con libros de cuentos de hadas y otros regalos. Dos días después de su llegada, el Estado ordenó la evacuación de la zona.
La madre fue confrontada entonces con otra decisión dolorosa: ¿Debería esperar una evacuación de Mariupol que tal vez nunca llegaría o ir a reunirse con su hija mayor, Rada?
Lopatkina, su esposo Denys y Rada escaparon a Francia. En una última petición, le escribió al Gobernador de Donetsk: «No se olvide de mis huérfanos».
Cuando recibió el mensaje de reclamo de Timofey, se sintió dolida pero no sorprendida.
«No puedo ni siquiera imaginarme», dijo, su voz quebrándose mientras comenzaba a llorar.
«Si yo fuera él, habría reaccionado de la misma forma, quizá incluso peor».
Loptakina continuó presionando a autoridades rusas y ucranianas. Les envió fotocopias de documentos que probaban su tutela. Les explicó que algunos de sus hijos estaban enfermos y le preocupaba que nadie hubiera siquiera preguntado por sus medicamentos.
Los niños fueron mostrados con alarde en la televisión rusa y se les dijo que su madre no los amaba. Eso a ella le rompió el corazón.
Consiguió un trabajo en una fábrica de prendas y compró muebles, ropa y juguetes para los niños que podrían o no regresar. Escogió sus habitaciones en su pequeño duplex en el noreste frances, en Loue. Planeó celebraciones para sus cumpleaños.
La autoridades de Donetsk le dijeron que podía tener a sus hijos de vuelta, si pasaba por Rusia a recogerlos en persona.
Lopatkina temió una trampa. Pensó que si iba a Rusia nunca se le permitiría salir.
«Los voy a demandar», amenazó en un correo a autoridades de Donetsk el 18 de mayo.
«Se llevaron a mis hijos, eso es un crimen».
Cuando por fin pudo explicar por medio de una llamada lo ocurrido a su hijo, Timofey se sintió aliviado.
Sus hermanos pequeños preguntaban constantemente cuándo podrían ir a casa con su madre. Cuando autoridades les comunicaron que no sería posible, su hermana adoptiva de 13 años, Sasha, estaba tan furiosa que golpeó su mano en un tobogán y se rompió un dedo.
Dos funcionarios le explicaron a Timofey que una corte de Donetsk despojaría a Lopatkina y su esposo de su tutela sobre los niños. Sus hermanos más pequeños irían primero a un orfanato y después a familias nuevas en Rusia. Timofey iría a la escuela en la zona.
«No pueden hacer esto», dijo él. «Es ilegal».
Las autoridades respondieron que los padres que no iban a recoger a sus hijos, no los querían.
El joven estaba determinado a mantener unida a su familia y le preocupaba que sus hermanos terminaran con rusos que los quisieran sólo por la asistencia estatal. Le dijo a su madre que podía casarse con su nueva novia y adoptar a sus hermanos cuando cumpliera 18.
Pero los esfuerzos de la mujer finalmente dieron frutos.
Ella estaba trabajando con Darya Kasyanova, directora de la organización sin fines de lucro SOS Chlidren’s Villages, que ya ha ayudado a negociar la liberación de 25 niños ucranianos de Rusia.
«Enviar a los niños en primer lugar a territorios rusos en lugar de Ucrania, fue una violación a sus derechos», dijo Kasayanova.
Tras dos meses de negociación y la objeción de un alto funcionario ruso, autoridades de Donetsk finalmente accedieron permitir a un voluntario con poder legal de Lopatkina recoger a los niños. Le preguntaron a Timofey si él y sus hermanos querían volver con su familia adoptiva ucraniana o quedarse en el territorio controlado por Rusia.
«Ahora que tengo la oportunidad, por supuesto que iré a casa con mis padres», respondió.
Se expidió y firmó un documento. Finalmente, iban camino a Francia.
Timofey se encontró con su padre en una parada de autobuses en Berlín. No lo podía creer. Manejaron a Francia, donde Timofey fue a recoger a su madre de la fábrica de sorpresa.
Los niños esperaban en casa. Corrieron hacia su madre y saltaron en sus brazos.
Le tomó a Timofey un par de días creer que de verdad estaba de vuelta con sus padres. Ya no sentía más resentimiento, dijo. Borró el mensaje enojado que le envió a su madre de su teléfono y de su mente.
«Mantuve mi promesa», contó.
«La carga de la responsabilidad se había ido. Le dije a mi madre: ‘Te regreso las riendas… Soy un niño de nuevo.'»