María se nos casa. Con el cuento de que el prometido es gringo, ya empezaron los trámites para irse a vivir a los Yunaites. Una de las cosas que le están pidiendo para tramitar su estadía allá en calidad de prometida es que acredite su prolongada relación sentimental con él; por eso, nos pidió al Adolfo y a mí que hiciéramos un relato de cómo y dónde conocimos a Charles; si María sabe que voy a hacer público el escrito se va a parar de pestañas, ni modo, que se le perjudiquen, esto quedó:
“A quien corresponda.
Presente.
Me llamo Luis Villegas Montes, soy el papá de María Fernanda Villegas Carrete y conozco a Charles desde hace bastante rato, aunque en persona lo haya conocido realmente hace poco, apenas unos cuantos meses atrás. Me explico:
A una persona la conoces por sus gestos, sus actitudes, sus afectos, sus gustos y preocupaciones; en ese sentido a Charles lo conozco desde hace mucho, mucho, mucho tiempo.
María, mi hija, siendo casi una niña (tenía apenas 16 años), decidió un día que quería estudiar chino. Tengo que decir que María no era, hasta ese momento, una alumna especialmente dotada o comprometida con sus labores o deberes escolares; recuerdo que ella tenía 15 años cuando me preguntó: ‘oye, ¿qué voy a ser de grande?’; mi respuesta, brutal, así como soy yo, no se hizo esperar: ‘¡Ay, mi amor, no tengo ni idea! Pero no se te ven ganas de nada’.
Pasó un año.
Estaba yo en la biblioteca y María en la sala de estar, cuando de pronto afirmó a voz en cuello: ‘ya sé lo que quiero hacer: Voy a estudiar chino’. Dejé lo que estaba haciendo y subí. No agregué nada más, sólo le pregunté: ‘¿Por qué?’. Ella respondió con una larga parrafada cuyo reflexión principal era una sola: ‘Por China pasa el futuro del mundo’. Agradablemente sorprendido, y sabedor de sus mediocres resultados escolares, le lancé un reto: ‘Si es cierto, el lunes te meto a la escuela de chino’. La metí.
La niña desobligada que era, se transformó de súbito en una alumna empeñosa y esmerada; llenó la casa de papelitos pegados a paredes, muebles y objetos con los caracteres chinos y así empezó la historia que dos años más tarde la llevó a China y a Charles.
Justo a los 18 años María decidió que quería seguir estudiando chino… pero en China, en casa todo el mundo estuvo de acuerdo y María y yo nos subimos en un avión que nos llevó al que sería su hogar por los próximos 8 años. Así comenzó esa historia de amor.
Cuando María empezó a salir con Charles nos platicó algunos detalles de su vida: que era americano, que tenía 24 años de edad, que había nacido en Indianápolis, pero vivía en Pensilvania, nos mandó fotos y nos contó cosas de su familia. A mí me daba mucha risa, pues nos comentó que toda su familia es del Partido Republicano (que se distinguen porque no aprecian mucho que se diga a los inmigrantes mexicanos) y yo fingí entonces un diálogo entre Charles y sus papás: ‘¿Qué ya tienes novia allá? ¿Cómo se llama?’; ‘María’, aquí los papás de Charles levantan una ceja; ‘¿María qué?’; ‘María Villegas’, en ese momento los papás de Charles empiezan a sudar un poco, ‘¿Y de dónde es?’, preguntan con tiento; ‘De México’; ‘¿De México, México, México?’; ‘Sí, de ese México, ¿hay otro México?’; ‘Por Dios, Charles, viajas 8 mil kilómetros y vas y te haces novio de una mexicana. ¿Y cómo es, está bonita siquiera?’; ‘Hermosa’, diría Charles. Dijo María que, de repente, le empezaron a llegar un montón de solicitudes de amistad en Facebook, todos eran familiares de Charles.
Ahí a Charles lo conocía yo sólo por referencias; para conocerlo en realidad, debería pasar un poco más de tiempo.
Llegó la pandemia y fue entonces cuando conocí verdaderamente a Charles.
Contar los pormenores sería ocioso, fue horrible. Baste decir que uno debe hacerse a la idea espantosa de que no va a volver a ver a quien más quiere. Un día, nos dijo María: ‘Me voy a ir a vivir con Charles a su departamento’. A un papá conservador, como yo, tal declaración no le habría hecho mucha gracia, pero en ese momento, le di gracias a Dios de que mi niña no iba a estar sola. A los pocos días, nos mandó fotos y videos de Charles lavando las bolsas de la compra y de la pequeña bodega en que convirtieron el apartamento donde almacenaron agua y víveres como si se tratara del fin del mundo y en cierto modo así fue. Ese Charles, el compañero, el solidario, el íntegro, el cariñoso, el detallista, fue el que nosotros descubrimos, agradecidos, a miles de kilómetros de distancia.
Sin embargo, María resintió en demasía los estragos de la reclusión forzada y el autoritarismo, empezó a tener serios problemas de salud y en cuanto pudo se fue de Shanghái, Charles se quedó allá. Yo pensé que ahí quedaba la historia de Charles. Afortunadamente me equivoqué.
Al tiempo, él también se fue de China de regreso a su país y más tarde fue ‘de visita’ a Barcelona; regresó a su patria. Un poco después, sin ser muy explícito en sus intenciones, Charles dejó sus asuntos en Estados Unidos y se mudó a Barcelona sin fecha de regreso. Ahí fue donde lo conocí yo en persona, el pasado mes de julio.
Yo el inglés lo chapurreo y no entiendo ni ‘j’, como pude me di a entender y no me cansé de agradecerle, porque es verdad, porque es algo que nunca voy a olvidar: que en las horas más oscuras, más negras, más difíciles, mi niña preciosa estuvo acompañada por un hombre de verdad, decente, íntegro, cabal; y no sólo eso, sino que están enamorados y se quieren casar. Ahí me di cuenta de que Charles la quiere, porque es evidente, porque se le ve en los ojos; porque aprendió a hacer tortillas y ‘carnitas’; porque le festeja su cumpleaños con tequila y tacos; porque en todos estos años la ha colmado de multitud de pequeños y grandes detalles; y porque el amor, como lo tonto o como el dinero, es algo que no se puede ocultar”.
Confío en que los gringos nos crean, porque todo es verdad.
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Luis Villegas Montes.
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