Por hoy, dejaré de lado la crítica puntual al desempeño de los mequetrefes que se dicen senadores por Chihuahua —los cuales, entre todos, en bola, en fila o por separado, no completan un Regidor de Batopilas—, para hablar de cosas venturosas, auténticamente radiantes.
Estaba yo chiquito, diez u once años, no me acuerdo, cuando vi por primera vez, la Guerra de las Galaxias. Digo por “primera vez” porque juntas, o por separado, de una en una, de tres en tres, las nueve juntas —en un maratón de varias horas—, las sagas adicionales (de Han Solo, por ejemplo) o las series (The Mandalorian me mata), las he visto un montón de veces.
Como cualquier fanático que se respete bien lo sabe, en inglés, la fecha 4 de mayo se escribe “May the 4th”; cuya pronunciación es muy similar a la locución “May the Force”, primera parte de la ya clásica expresión: “May the Force be with you” (“Que la fuerza te acompañe”), el cálido deseo que emplean algunos de los personajes para despedirse. A partir de dicha circunstancia, ese día (y durante el mes de mayo) se conmemora en todo el mundo el Día de Star Wars y los fanáticos se congregan para celebrarlo.
Para los que no lo saben (yo me acabo de enterar), el Rector de la UACH, el licenciado Luis Alfonso Rivera Campos, es fan, fan, fan, de la saga y tuvo la brillante idea de organizar una especie de “Feria” con ese motivo, en la Arena Corner Sport, espacio que yo no conocía, pero que luce genial, y que resultó un recinto magnífico para el colofón del evento: una espléndida velada musical a cargo de la orquesta sinfónica de la UACH, que tocó melodías alusivas a la saga, empezando, claro está, por el famoso e icónico Main Theme (tema principal), conocido también como “Suite de Star Wars” e incluso “Tema de Luke” u Obertura.
Yo fui caracterizado de The Mandalorian, conste que como el disfraz es de tela elástica, me parecía yo más al vehículo en donde aquél transporta al Grogu (el famoso Yodita), pero en fin. Lo cierto es que la experiencia fue singular y, por mucho, extraordinariamente grata. Hubo varios niños y jóvenes, algún adulto, que se acercaron a pedirme fotos; yo disfruté horrores esa conexión, ese espíritu de comunidad, de complicidad, en esa especie de cofradía universal que une a quienes mantenemos un lazo especial o un vínculo emocional con la saga.
Recuerdo en este punto que hace unas semanas me ocurrió algo pintoresco; vestía yo unos calcetines con el dibujo de Grogu (sí, no nos más de superhéroes tengo), cuando un alumno reparó en ello. “¿Le puedo tomar una foto?”, me preguntó; “¡Claro!”, le respondí. Quien me conoce lo sabe, no soy de naturaleza muy sociable, que digamos. Total, a los pocos minutos ya estábamos platicando de Tha Mandalorian y del Libro de Boba Fett.
Continuemos con el sábado: al arribar al evento, una jovencita me preguntó por qué estaba ahí; yo, boquiflojo como soy, me quedé mudo. Resulta difícil de explicar, solo sé que me gusta; que cuando vi la primera película (el Episodio IV, como después lo sabríamos), mi cabeza explotó.
En aquel entonces yo solía jugar con monitos de plastilina. No crean que era una cosa improvisada, no señor; tenía una tabla de un metro por un metro, más o menos, y ahí, en esa llanura minúscula se enfrentaron romanos contra cartagineses, egipcios contra hititas, griegos contra persas, aliados contra nazis (siempre ganaban los nazis), aztecas contra españoles, ¡era una de matanzas, aquello! En esa planicie convivieron Fantomas, Alejandro Magno, Gengis Kan, El Llanero Solitario, Julio César, Napoleón, El Zorro, Nemo, Hernán Cortés, El Principito, Pancho Villa, Hércules (junto con la Hidra y el León de Nemea) decenas de samuráis, indios, vaqueros, magos, piratas, dioses; y obviamente Batman y Supermán. Sí, era un niño bastante ñoño atiborrado de lecturas, pero esos eran mis juegos de infancia. Pues todos ellos debieron dar paso, durante muchos meses, a la Guerra de las Galaxias; semana tras semana, mes tras mes, en esa tabla, cree y recree escenarios, pequeñas y grandes naves, armas, extraterrestres, monstruos, héroes y casi siempre Darth Vader le partía su mandarina en gajos a Obi-Wan Kenobi y al resto; solamente Han Solo se salvaba de esas revolcadas periódicas. Ese amor perdura.
Del evento del sábado me limito a dos críticas: la primera, que el señor Rector nos falló; llegó al evento de saco y pantalón; ya le dije que el año que entra no nos puede defraudar, ha de comparecer, de perdida, de stormtrooper; la segunda, que en efecto, fuimos pocos los que asistimos en plan guerrigalaxiento. El Lic. Rivera ya prometió que espera hacer del evento una tradición en Chihuahua. Hago votos porque así sea.
Creo que eventos así, además de darle lustre a la ciudad, impulsan la economía, fomentan el turismo y, sobre todo, son ocasión para que la familia disfrute al completo. Casualmente, el 4 de mayo próximo cae en sábado. Anímese, vaya, conviva, participe; ya emplacé a Rubén Aguilar, el director del IJA, para que el año que entra vaya en guaraches, vestido solamente con un calzón de dos días y una cadena con brillitos atada al cuello, en plan de víctima propicia de aquí, su servidor, El Mandaloriano (no faltan los hocicones que dicen que me parezco más al Yoda). Allá nos vemos, Dios mediante, el próximo 4 de mayo; por lo pronto, que la Fuerza los acompañe.
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Luis Villegas Montes.
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