
Estamos inmersos en una preprecontienda que, por decir lo menos, me tiene turulato (podría decirlo más bonito, pero me contengo porque nunca faltará quien piense que lo coloquial es vulgar).
A los cuatro vientos he dicho que éramos muchos los que creíamos que el primer mandatario debía pagar por las que ha hecho y nada de nada; ni los miles de muertos, ni los crímenes horrendos, ni el Ejército voraz, ni la verborragia recurrente, ni la corrupción rampante del sexenio, parecían hacerle mella; él seguía riéndose en nuestras barbas, regodeándose, dictando agenda un día sí y otro también y los que hicieran falta. Parecía invencible. Conste que este azoro no era exclusivo de mi rechoncha y oscura persona (ando más prieto que nunca); comentaristas, reporteros, comunicadores (críticos y panegiristas), todos, admitían el hecho como una verdad ineluctable. Unos se refocilaban (los aduladores), otros (los escépticos de siempre), nos quedábamos como el chinito: nomás milando, incrédulos.
Luego vino Xóchitl Gálvez y lo demás es historia. Literalmente, esta brillante mujer puso al país de cabeza. Todo empezó con una inocentada que, si alguien me hubiera dicho el impacto que iba a tener, lo habría tirado a loco. No había modo, juraba yo, que un irresuelto toc toca a las puertas de palacio fuera a derivar en esta escandalera que dura ya semanas y, seguramente, nos va durar largos y venturosos seis años.
Los que afirman categóricos (los he escuchado) que AMLO es un genio, un maestro de la comunicación, un político consumado, un amo de la estrategia, deben estar adobándose en su saliva espesa y ácida, mientras se pegan de golpes en la frente contra la pared; más burro (conste que yo siempre lo he afirmado, por eso no entiendo ni “j” de este maremágnum xochitleano), más pasado de lanza, más torpe, más agresivo, más misógino, más tarado, no se pudo ver el presidente. El innoble papel que AMLO le atribuye a Claudio X. González (el de destapador de oficio), le corresponde a él; a él solo, solito (solitario dentro de las murallas de palacio), cuando le negó el acceso a una mujer indígena quien, con amparo en mano (como el propio presidente había exigido), le vino a pedir lo que era su derecho: rectificar su ingrato proceder, su dicho fácil, su discurso irresponsable.

Lejos de comprender los alcances de su desliz, contumaz, necio, en las lindes de la locura senil, AMLO ha incurrido en sus yerros durante más de una semana; uno, dos, tres, siete, ocho días, que han agigantado (como si lo necesitara) a este extraordinario ser de luz. Una mujer mexicana que, para perseguir su sueño de superación, desde la plaza donde vendía gelatinas, primero, y tamales después, consiguió un cuarto de azotea en Iztapalapa para irse a estudiar ingeniería a la UNAM, graduarse y forjar una empresa líder. Una niña indígena que hoy puede presumir especialidades en Robótica, Inteligencia Artificial, Edificios Inteligentes, Sustentabilidad y Ahorro de Energía, mientras AMLO apenas sí consiguió titularse, tras penosos 14 años, en una carrerita sin chiste ni trascendencia.
La última nota de esta escalada de violencia sin límites (ni precedentes) es la difusión de información privada que, sin ningún fundamento, ni ético, ni político, ni jurídico, ni de oportunidad, pretende hacer víctima a Xóchitl de su propio éxito. Imbécil. Todo el discurso presidencial caracteriza a su autor como un hombre que no entiende el juego de la libre empresa, que no sabe de negocios, que no comprende lo que la voluntad y la inteligencia son capaces de hacer dentro del sector privado, vamos, que en su perra y osa vida, jamás ha trabajado; y que, para lo único que en verdad creía estar preparado, el gobierno de México, degeneró en un fiasco. Si leyes hubiera estudiado, hoy sabría la cantidad de delitos en que ha incurrido durante las últimas 48 horas.
Pero no, terco como es, el presidente va a seguir brindándole a Xóchitl la oportunidad de demostrarle al pueblo de México quién es quién, la ocasión de desplegar su ingenio e inteligencia emocional, la coyuntura de probar que ella es más auténtica que todo el gabinete con el presidente a la cabeza y la circunstancia propicia de que ahora sí, por primera vez en doce de años, va a venir alguien a gobernar a México con inteligencia y corazón.
¡Arriba Xóchitl Gálvez y hasta donde tope!
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Luis Villegas Montes.
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